Hasta siempre, Roberto. Por Rubén Chacho Pron

Inesperadamente –o quizá no tanto; tal vez lo intuía porque había pedido encarecidamente que se le hiciera un lugar entre los oradores en la conmemoración del Día del Trabajador en El Trébol– murió Roberto Atilio Maurino.

Miembro de una familia de las primeras en poblar El Trébol (sus bisabuelos habían venido en carro para sembrar trigo desde la zona rural de Bustinza, el primer asentamiento desde su llegada desde Barge, Italia), Roberto cursó junto conmigo la primaria en la escuela Laprida donde su madre era maestra, aunque nunca de los grados que fuimos transitando juntos.

El secundario lo hizo en el colegio del Sagrado Corazón, de Rosario, y en la misma ciudad se graduó como abogado en la Facultad de Derecho y Ciencia Política –como se llamaba entonces– de la UNR.

Allí inició su militancia estudiantil. Eran tiempos de revulsión en el planeta, con los imperios retirándose de sus posesiones coloniales en África y Asia, América latina conmovida por la Revolución Cubana y con movimientos insurgentes intentando enfrentar a los gobiernos sometidos a los designios del “mundo libre” en la Guerra Fría, la Guerra de Liberación de Argelia concluida en 1962, el enfrentamiento entre el clero ultraconservador y los sacerdotes del Tercer Mundo luego del Concilio Vaticano II de 1962 y el Congreso de Medellín de 1968, la Guerra de los Seis Días entre Israel y los países árabes en 1967, la captura y fusilamiento del Che Guevara en Bolivia ese mismo año y otros acontecimiento como la Guerra de Vietnam contra la dominación francesa y luego contra el involucramiento de Estados Unidos en la disputa entre el norte y el sur en ese país, como había ocurrido en Corea en os años ’50.

Roberto, como tantos de su generación, tomó partido por estas corrientes que intentaban acabar con el reparto del mundo por parte de los imperios dominantes y así lo expresó en las columnas que publicó en el periódico local “Semana Gráfica” que apareció entre 1968 y 1970.

Diferencias metodológicas durante los años ’70 nos mantuvieron distanciados unos años, pero la resistencia a la dictadura cívico-militar 1976-1983 nos tuvo del mismo lado y permitió nuestro reencuentro con la reconquista de la democracia.

En aquellos oscuros días de secuestros, desapariciones y muerte Roberto, ya recibido como abogado, buscó en El Trébol el lugar donde ser útil y así se ocupó de aportar al desenvolvimiento del Cine Social Trebolense, continuador de la tarea del cine San Martín, siempre acosado por una realidad que le robaba amigos y compañeros a manos de la dictadura. Él mismo sufrió en carne propia el cautiverio luego de presentarse espontáneamente al saber que su novia y futura madre de sus hijos había caído en las garras de la represión y llevada con su hermana a la siniestra quinta La Calamita, centro clandestino de detención, torturas y asesinatos en aquellos tiempos. Ellas fueron liberadas, pero a él le formaron Consejo de Guerra en el Comando del II Cuerpo de Ejército sin poderle probar otra cosa que su firme adhesión al peronismo.

También habían intentado secuestrarlo a cuando una patota del Destacamento de Inteligencia 121 del Ejército en Rosario lo buscó una madrugada en El Trébol luego de obligar a los policías de la localidad a encerrarse en la comisaría para liberarles la zona. No lo encontraron porque había viajado a Rosario.

«Cada vez que me enteraba de la desaparición de algún conocido –me contó varios años después–, temiendo que mi nombre apareciera en alguna agenda, dormía dentro del auto en el garaje donde lo guardaba para no comprometer a los parientes que me alojaban».
Reinstalada la vida democrática pudo volver al ejercicio de su profesión, casarse y tener dos hijos antes del prematuro fallecimiento de su primera esposa. También dedicar sus afanes a la docencia –otra de sus pasiones– y a Trebolense, la institución que en su corazón compartía con Newell`s Old Boys.

Se sumó también al trabajo de la Biblioteca Popular Domingo Piccolo y en algún momento a la dirección de la Unidad Básica «Evita» del Partido Justicialista local.
Cuando se organizaba el acto del último 1º de Mayo pidió ser uno de los oradores. Quería destacar el valor del trabajo como un derecho –además de una necesidad–, incorporado como tal en la Constitución de 1949. Cuando ésta fue derogada este derecho no pudo ser retrotraído y quedó incorporado como artículo 14 bis en las reformas de 1962 y 1994. Habló en el acto no sólo como abogado sino como docente jubilado afiliado a Amsafé. Fue su última aparición pública. Me enteraría después que en sus horas finales admitió que, consciente de que estaba dando el combate final contra la enfermedad que lo aquejaba, había querido despedirse así del pueblo que tanto amó.

Hoy, domingo, mientras sus restos son velados en El Trébol, llovizna en Rosario, donde pasó sus últimos años sin dejar de estar presente en El Trébol todas las veces que pudo mientras el cáncer le roía las entrañas.

Llovizna, y es como si el cielo también quisiera asociarse al duelo que provoca su partida.
Hasta siempre, querido amigo y compañero.